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producía una ligera agitación y murmullos a su derecha. Mirando hacia allá, vio a la
señorita Latterly y a su inseparable amiga la señorita Lamb en el centro de la agitación.
- Señorita Latterly - dijo claramente -, ¿debo su poner que cree usted no estar
personalmente interesada en el tema de esta conferencia?
La señorita Latterly se levantó y dijo con voz temblorosa por la indignación:
- Exactamente, señora Zellaby. En toda mi vida...
- Comprendido. Pero tratándose de un asunto de extrema gravedad para varias de
nosotras, espero que tendrá la delicadeza de no originar nuevas interrupciones. ¿O acaso
preferiría dejarnos, señorita Latterly?
La señorita Latterly se mantuvo en su sitio, cruzando su mirada con la de la Señora
Zellaby como si fuera una espada.
- Lo que quiero... - empezó, pero luego cambió de opinión -. Muy bien, señora Zellaby -
dijo -. Formularé más tarde mis protestas contra las extraordinarias calumnias que ha
vertido usted sobre nuestra a comunidad.
Se giró dignamente y esperó, con la evidente intención de darle a la señorita Lamb
tiempo suficiente para levantarse y seguirla. Pero la señora Lamb no se movió. La
señorita Latterly la miró de arriba a abajo, con ojos impacientes. La señorita Lamb
permaneció pegada a su asiento.
La señorita Latterly abrió la boca para hablar, pero algo en la expresión de la señorita
Lamb le. impidió hacerlo. La señorita Lamb dejó de mirarla cara a cara. Giró la vista y miró
fijamente al frente, mientras la sangre afluía a su rostro hasta encenderlo.
Un ahogado y curioso sonido escapó de la garganta de la señora Latterly. Extendió una
mano y se sujetó a una silla para mantener su equilibrio. Seguía mirando a su amiga, sin
hablar. En unos segundos sus rasgos se arrugaron, y pareció diez años más vieja. Quitó
la mano del respaldo de la silla. Haciendo un gran esfuerzo, se enderezó de nuevo.
Levantó decididamente la cabeza, mirando a su alrededor con ojos que parecían no ver
nada, y luego echó a andar por el pasillo, muy erguida, pero no muy segura sobre sus
piernas, en dirección al fondo de la sala, y salió sola.
Anthea aguardó, esperando que se alzara un murmullo en la sala, pero no se produjo el
menor sonido. El auditorio se mostraba alucinado y escandalizado. Todos los rostros se
giraron hacia ella, esperando. En un profundo silencio, la señora Zellaby prosiguió allá
donde se había interrumpido, intentando reducir la tensión que había suscitado la señorita
Latterly, dando a su exposición un tono más objetivo. Consiguió llegar con esfuerzo al
final de la exposición preliminar de los hechos, y entonces se detuvo.
Esta vez, el esperado murmullo se elevó rápidamente. Anthea bebió otro sorbo de agua
y convirtió su pañuelo en una apretada pelota entre sus húmedas manos, mientras miraba
atentamente la sala.
Podía ver a la señorita Lamb inclinada hacia delante, apretando un pañuelo contra sus
ojos, mientras la señora Brant, a su lado, hacía todo lo que podía para reconfortarla. La
señorita Lamb estaba muy lejos de ser la única en buscar consuelo en las lágrimas. Por
encima de aquellas cabezas inclinadas se elevó un resonar de voces incrédulas,
falseadas por la consternación y la indignación. Aquí y allá algunas mostraron una gran
dosis de nerviosismo, pero todo aquello estaba muy lejos del estallido que había temido.
Se preguntó hasta qué punto un vago presentimiento habría; amortiguado el choque...
Observó con alivio la escena durante algunos minutos, y se sintió más tranquila.
Cuando estimó que la gente había tenido tiempo de recobrarse, dio unos golpes en la
mesa. Los murmullos se apagaron, hubo algunos sollozos ahogados, y luego las hileras
de rostros se giraron de nuevo hacia ella, atentos. Anthea inspiró profundamente y
prosiguió:
- Nadie - dijo -, nadie excepto un niño o una persona de mente infantil, espera que la
vida sea justa. No lo es, y lo que nos ocurre será más duro para algunas de nosotras que
para otras. Esto no impide sin embargo que con justicia o sin justicia, queramos o no
queramos, casadas o solteras, estemos todas en el mismo barco. No hay la menor razón,
para ninguna de nosotras, que le permita despreciar a alguna otra. Este sentimiento se
halla fuera de lugar. Todas nosotras hemos sido situadas fuera de las convenciones y, si
alguna de las mujeres casadas que hay aquí se siente tentada a considerarse más
virtuosa que su vecina soltera, hará bien en pensar antes en como podría probar, si se la
instara a ella, que el niño que lleva en su seno es de su marido.
»Se trata de algo que nos ha llegado por igual a cada una de nosotras. Así que
debemos unirnos para el bien de todas. Ninguna de nosotras lleva encima el peso de una
vergüenza, por lo que no tiene que haber ninguna diferencia entre nosotras, salvo - se
detuvo un momento, y luego continuó - salvo el hecho de que aquellas que no tengan a su
lado la ternura de un marido para ayudarlas tendrán una mayor necesidad de toda nuestra
atención y nuestra solicitud.
Continuó tratando aquel problema durante unos instantes, hasta que estimó que se
había hecho comprender bien. Luego enfocó otro aspecto de la cuestión.
- Lo que ocurre - dijo con energía - es algo que nos concierne a nosotras. No sabría
encontrar ninguna otra cosa más personal a cada una de nosotras. Estoy segura de ello, y
creo que todas ustedes piensan como yo. Es por ello que es preciso que las cosas no
salgan de aquí. Somos nosotras quienes tenemos que arreglárnoslas por nosotras
mismas, sin que nadie se mezcle en ello.
»Todas ustedes saben cómo los periódicos de segunda clase se apoderan de estos
casos, principalmente cuando en ellos interviene un elemento extraordinario. Los
convierten en una atracción, como si las personas involucradas no fueran más que
monstruos susceptibles de ser exhibidos en una feria. La vida de los padres, sus casas,
sus hijos, ya no le pertenecen.
»Todas nosotras estamos al corriente de un ejemplo de nacimiento múltiple del que se
apoderaron los periódicos, luego el cuerpo médico apoyado por el gobierno, hasta tal
punto que resultó que los padres fueron prácticamente privados de sus hijos poco tiempo
después de su nacimiento.
»Bueno, en lo que a mí respecta, no tengo la menor intención de perder así el mío, y
espero con todo corazón que todas ustedes compartan este sentimiento. Es por eso, a
menos que queramos algunas molestias embarazosas (ya que les prevengo que, si el
asunto se difunde, será el tema de las conversaciones de los bares y cafés, con alusiones
groseras), a menos pues que queramos exponernos a esto, y que inmediatamente
nuestros bebés nos sean arrancados de las manos con uno u otro pretexto por los
doctores y los científicos, debemos, cada una de nosotras, tomar la resolución de no [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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