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vez más en esta gran lucha...
Resplandeciente de dicha, Madre comenzó a tamborilear con los huesecitos
que utilizaba para enseñar a los niños a afilar sus dientes de leche.
-Que las bellas artes se desarrollen y estimulen nuestra observación de
la naturaleza...
Alexander cogió un cuerno de cabra y sopló por él lanzando un extraño
ruido.
-Y aquéllos que nada han aportado todavía a esta gran empresa, y no han
hecho hasta ahora más que discutir y poner inconvenientes, apliquen su
ingenio... también a esta empresa común...
Yo empecé a silbar despectivamente.
El ruido era ahora tremendo, y ahogó por completo el final del discurso
de Padre. Tío Vanya se golpeaba el pecho con firme repiqueteo, y todos
tamborileaban o golpeaban con algo. Luego la voz de Padre volvió a
elevarse sobre el estruendo:
-¡Eso es, seguid, estamos consiguiendo algo interesante! ¡Presto, Oswald!
¡Mantén la nota, Ernest! Introduce ahora la percusión, Vanya, eso es. Y
ahora tú también, Wilbur. Ahora los instrumentos de viento, Alexander;
castañuelas, amor mío, por favor; otra vez los tambores, Vanya...
¡Clat, clach, raj raj, bum bum! ¡Clach, clat! ¡Buuum, raj raj, bum bum!
Con una vara en la mano, Padre iba indicándonos el orden, haciéndonos
callar con la otra mano. El ruido comenzó a tomar forma; a cobrar vida, a
girar de un lado a otro como una nerviosa serpiente.
¡Raj bum raj, clat, clach! ¡Bum, clat, raj, bum!
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De pronto se produjo una agitación y un movimiento. Las mujeres se habían
puesto de pie y habían empezado a agitarse extrañamente, moviendo sus
puños en el aire.
-¡Seguid! -gritó Padre entusiasmado, cuando la hilera de mujeres se
aproximó a la hoguera-. ¡Mantened el ritmo! ¡Molto Allegro! ¡Presto!
¡Tambores! ¡Castañuelas! ¡Viento! Seguid!
Abajo en el bosque los leones rugían en protesta, los elefantes bramaban
irritados en las ciénagas, y todos los chacales de la selva se pusieron a
ladrar. Podíamos llevar poco tiempo sobre la Tierra; la especie podía
estar muy esparcida; la lucha por la supervivencia podía ser dura y la
Era Paleolítica extenderse interminablemente ante nosotros; pero
bailábamos.
Sudábamos por frentes y lomos; Tío Vanya se había aporreado tanto el
pecho que lo tenía lleno de cardenales; la voz de Padre era ronca; pero
las mujeres seguían agitándose y girando y aullando a la luz de la
hoguera. ¡Que danza tan maravillosa aquella primera danza! Terminó
abruptamente. Irrumpieron de pronto media docena de grandes sombras, se
aproximaron a las mujeres y en medio de chillidos y de piernas agitándose
en el aire, desaparecieron con ellas como águilas con su presa. Elsie,
Ann, Alice, Doreen desaparecieron en la oscuridad; y con ellas varias
tías.
Aunque estaba agotado de tanto silbar, me lancé en su persecución; pero
tropecé con las piernas extendidas de Griselda y caí de bruces. Oswald
tiró sus lanzas en vano; Wilbur y Alexander se quedaron inmóviles de
asombro. Tia Mildred se había refugiado bajo el brazo protector de Tio
Vanya como un cachorro en su madriguera; Padre se dedicaba a observar sin
demasiado interés, el bastón alzado, como si estuviese a punto de iniciar
otra vez la música. Nuestras hermanas habían desaparecido.
Aunque estaba medio atontado por el golpe, intenté organizar un grupo
para salir en su persecución.
-Deja en paz a mis hermanos, Ernest -dijo Griselda.
-Emparéjate y deja emparejar-dijo Padre-. Bien, Madre, ya no tenemos que
preocuparnos de las niñas. No llores; son excelentes cocineras y harán
unas magnificas esposas. Así es la vida, como sabes.
De pronto lo comprendí todo. Miré a Padre, luego a Griselda. ¡Así que
aquél era el secreto que se traían! ¡Y también Elsie! ¡Oh, cuánta
perfidia!
-¡Vosotros lo planeasteis todo! -bramé.
-No, no, hijo mío -dijo Padre-Permíteme que te diga que lo dejé en manos
de la naturaleza... únicamente la encaucé un poco, eso es todo.
-¡Pero me han dejado a mi! gimió Tía Pam-. ¡Se han llevado a Aggie, a
Angela y a Nellie y me han dejado a mi! -Realmente, ella era la única tía
viuda que quedaba.
-Bueno, no creo que estén todavía tan lejos-dijo Padre.
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En un instante Tía Pam, su largo pelo flotando al viento, se lanzó a la
oscuridad.
-¡Esperadme! -chillaba, y sus gritos siguieron oyéndose, cada vez más
lejanos y apagados en la selva, largo rato-. ¡Esperadme!
Una tarde, poco después, Padre entró saltando en la cueva seguido de
Wilbur.
-¡Lo logramos!-gritaba entusiasmado-. ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Lo logramos!
-¿Qué lográsteis?-exclamaron todos, salvo yo.
-¿Qué habéis hecho ahora?-dije, con tono resignado.
-Venid y lo veréis-gritó Padre-. No se lo digamos, Wilbur. Que lo vean
ellos mismos. Vamos, venid todos. Todos. Es demasiado bueno para
perdérselo.
Seguimos a Padre y a Wilbur por la espesura varios kilómetros y luego
escalamos un cerro.
-¡Mirad! -gritó Padre teatralmente.
Al pie del cerro se alzaba una larga columna de humo, y pudimos oír el
crepitar de una gran hoguera.
-Otro fuego-dijimos.
-Pero lo hicimos nosotros -dijo Padre, explotando de orgullo.
-¿Quiéres decir que has vuelto al volcán, querido? -preguntó Madre-. Lo
has hecho muy deprisa. Te fuiste esta mañana.
-No hemos tenido que ir al volcán-dijo Padre-. No tendremos que volver
nunca a ese maldito volcán. ¡Hicimos el fuego! De la nada. O más bien con
pedernales. Esa piedra roja que trajo Wilbur del lago es magnífica.
¡Cuando la golpeas con los pedernales ordinarios, vuelan las chispas!
Pero no una o dos, sino montones. La cuestión era capturarlas. Lo
intentamos todo sin resultado hasta que esta mañana hallamos la
respuesta. ¡Basta con unas cuantas hojas secas desmenuzadas con la mano!
¿Os dais cuenta? Sólo unas cuantas hojas secas, luego unas cuantas
ramitas secas, luego un pequeño tronco seco, y así sucesivamente. Puedes
iniciarlo e ir haciéndolo crecer desde un tamaño tan diminuto que apenas
si parece un fuego.
Capté la idea.
-Magnífico-admití.
-Ahora-dijo Padre muy satisfecho-podremos tener fuego cuando queramos. No
tenemos más que llevar encima esta nueva piedra roja, y un pedernal. Las
posibilidades son fabulosas.
-El fuego que hicisteis está creciendo mucho -dije.
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-Bueno, pues lo hicimos pequeñísimo -dijo Padre. Se apagará enseguida. No
importa, porque podemos hacer otro cuando queramos. Hazles una
demostración, Wilbur. Este es un buen sitio, está muy seco.
-Antes de hacer otro fuego-dije-, ¿no sería mejor asegurarse y apagar
ese?
De pronto nos dimos cuenta de que aquello no iba a apagarse sólo. Por el
contrario, incluso mientras Padre había estado hablando, el fuego había
crecido muchísimo. El humo se elevaba ahora en grandes nubes y empezaba a
llegar hasta nosotros. Los niños empezaron a toser. Se alzó de la llanura
un terrible estruendo.
-Espero que se apague enseguida-dijo Padre inquieto-. Sólo pusimos un par
de troncos para que se mantuviera encendido mientras os avisábamos.
-Un par de troncos-dijo Oswald-. ¡Mirad eso!
A media ladera, un matorral de espinos rompió en llamas súbitamente.
Luego se avivó el viento, y comenzaron a llover sobre nuestras cabezas
chispas.
-Esto es terrible -dijo Padre, mordiéndose los labios.
Un fragmento de hierba seca se incendió de pronto bajo sus pies.
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